Gabriela, el movimiento Minga, y un testimonio removedor.
Destacamos comentarios del periodista Emiliano Cotelo sobre su entrevista realizada a Gabriela Rodríguez, minguera de las primeras épocas, que ha emigrado a Cataluña y ha jugado en varios equipos de fútbol femenino, actualmente en Unió Esportiva Porqueres.
La entrevista a Gabriela Rodríguez.
La entrevista original fue realizada en el programa «En perspectiva», a Gabriela Rodríguez y John Díaz.
Emitida por Radiomundo 1170 am, el 3 de setiembre de 2024.
En este otro artículo, contamos el contexto de la entrevista, detalles y la vinculación de Gabriela con el movimiento Minga.
El impacto de lo vivido en la entrevista ha repercutido con múltiples consecuencias, expresiones de apoyo, reflexiones sobre la realidad de las personas en situación más vulnerada en nuestro país, acerca de formas de ayudar, y sobre quienes tienen obligación de actuación sobre estas situaciones.
En primera persona.
Recomendamos primero ver la entrevista, y luego escuchar los comentarios y opinión del periodista Emiliano Cotelo, en el siguiente audio:
Aquella entrevista no fue una más. Ocurrió hace exactamente dos semanas, el martes 3 de este mes de septiembre.
El testimonio de Gabriela Rodríguez, una joven uruguaya de 27 años que hoy juega en primera división del fútbol femenino catalán, resultó muy removedor. Gabriela nació en la ciudad de Las Piedras, en un hogar extremadamente pobre, al frente del cual sólo estaba su madre. Y de niña la pasó muy, muy mal, junto a sus cinco hermanos, que muchas veces, llegada la noche, no tenían nada que comer.
Así de dura era la realidad con la que ella se encontraba cuando volvía a la casa, después de pasar horas vendiendo productos de limpieza en la calle, además de asistir a la escuela y tratar de estudiar. Mientras tanto, aprendía fútbol, jugaba el fútbol, ese deporte que, según contó en el reportaje, era el escape que le daba vida en medio de tantas limitaciones.
La historia de Gabriela tuvo un cruce de caminos cuando, llevada por sus hermanos mayores, ingresó al proyecto Minga, que había creado poco antes el padre Mateo Méndez en esa ciudad de Canelones.
Ahí recibió la contención y el apoyo que necesitaba, entre otras cosas, jugando al fútbol callejero mixto, donde con sus compañeros hacía catarsis, dejaba el alma y aprendía valores humanos. En Minga, además, la respaldaron para que pudiera completar el ciclo básico de educación secundaria dando exámenes libre. Así zafó, así evitó los peores infiernos de la calle.
Superada con gran esfuerzo aquella etapa, unos años después decidió emigrar a España, yendo en busca de su padre, a quien hacía mucho tiempo que no veía. Allá, trabajando en lo que fuera necesario, por ejemplo en servicio doméstico, retomó el fútbol, su gran salvación, y empezó a hacer carrera hasta llegar hace pocos meses al «Unió Esportiva Porqueres». A principios de este mes de septiembre, con su vida mucho más ordenada y un futuro muy interesante allá, en el fútbol catalán, Gabriela volvió por primera vez a Uruguay.
No era un viaje de placer, tenía que ocuparse de un asunto delicado, pero igual se hizo tiempo para visitar Minga, donde dio charlas y participó en la inauguración de la Escuela de Deportes. Cuando me enteré de su presencia entre nosotros, la invité a En Perspectiva, para charlar con ella frente a los micrófonos y para complementar lo que había quedado pendiente, por unas pinceladas que, sobre su caso tan meritorio, habíamos conocido en una entrevista anterior sobre el movimiento Minga, en la que habíamos recibido al padre Mateo y al educador John Díaz. Bueno, el diálogo en la radio con Gabriela, que vino acompañada por John, fue una caja de sorpresas, emociones e interpelaciones.
Yo no la conocía personalmente, apenas pude conversar con ella unos minutos antes de salir al aire. Sabía, sí, que el regreso de Gabriela por unos días se debía a una situación familiar complicada, pero no imaginaba cuántos detalles querría contar de todo aquello. Sin embargo, a los pocos minutos quedó claro que ella optaba por ser totalmente transparente.
Explicó que uno de sus hermanos estaba preso en El Comcar y luego describió con una crudeza imponente las pésimas condiciones de reclusión que ella misma pudo constatar durante una visita a esa prisión. Fue entonces cuando disparó una de sus frases más sentidas.
«Yo sé que mi hermano se equivocó y cometió un delito, pero no por eso debe haberse obligado a padecer esa situación indigna.«
«Eso es lo que más me duele, mi hermano cuidaba coches para darme de comer, para llegar el plato de comida a mi casa, con 14, 15 años.
Y hoy en día lo veo en una condición que me mata, me mata porque es eso, él la luchaba también como yo.»
- Cuando decís que lo ves en una condición que te mata, estás aludiendo a la cárcel.
«Yo vine expresamente a eso, y fui a entrar ahí a El Comcar, que él está en El Comcar, y no me saco las imágenes de cómo está permitido que personas que sí están cumpliendo la pena, eso no quita que ellos hayan hecho algo mal, estén viviendo peor que una rata.»
«Porque yo iba caminando y veía a las ratas caminar por el lado de mi hermano, y yo sé que eso ahí está peor todavía. El olor, la comida, los dejan ahí para que se maten solos.»
«Y yo lo vi porque en la visita, de hecho pasó el domingo, ahí mismo estando con él, por poco me clavan un cuchillazo de la nada.»
- ¿Cómo que por poco te clavan un cuchillazo?
«Sí, porque se armó un problema ahí entre presos y estábamos todos encerrados con un candado, la policía afuera. Y claro, empezaron ahí con lanzas y cosas raras, que es lo que no entiendo.»
Semejante franqueza no se procesa sin consecuencias.
Al arranque del reportaje, cuando Gabriela exponía sobre las penurias que había pasado de chica con su familia, con su madre y con sus hermanos, no pudo evitar las lágrimas, no pudo evitar el llanto. Eso, como ustedes se imaginarán, no es algo usual en una entrevista acá En Perspectiva.
Para mí, como entrevistador, ese momento implicó un desafío incómodo. Lo que estaba diciendo Gabriela era muy fuerte, periodísticamente muy valioso, pero el llanto, ese llanto que no cesaba al tiempo que ella se ingeniaba para seguir hablando, le agregaba un condimento demasiado crudo al borde del sensacionalismo.
Sobre todo porque la nota no se emitía solo en radio, sino también en video. Así que el rostro de Gabriela, que en la cámara aparecía sonrojado y mojado en primer plano, se pasaba de los límites que nosotros solemos manejar.
Eso, les confieso, me daba un poco de vergüenza como comunicador, pero además me aparecían otras dudas. ¿Cómo debía manejar yo esa escena tan diferente a nuestros reportajes de todos los días? Yo tenía la piel erizada y estaba casi bloqueado.
¿Me limitaba a dejar que continuara hablando en medio del llanto? ¿Le pedía al operador que pusiera una pausa o eventualmente una tanda?
Milagrosamente recordé que en mi mochila tenía pañuelos de papel, así que me incliné hacia un lado, busqué el paquetito, lo encontré y, sin interrumpir a la invitada, le alcancé esos pañuelos.
Ese movimiento mínimo marcó un quiebre y, junto a algún gesto que hizo John del otro lado de la mesa, permitió que aquel intercambio se fuera, digamos, normalizando.
De todos modos, aquellas confesiones tan atípicas de Gabriela, y sobre todo la sustancia de su testimonio, hicieron de aquella entrevista algo muy movilizador. Así quedó de manifiesto en los mensajes que los oyentes hicieron llegar esa misma mañana y, sobre todo, quedó claro en las repercusiones concretas que fui conociendo a partir del día siguiente.
No siempre ocurre que quienes hacemos En Perspectiva nos enteramos de los ecos de nuestro trabajo, o sea, de las cosas que pasan allá afuera a partir de una nota que realizamos. Me ha pasado de descubrir algunas de esas derivaciones recién años después y de casualidad en una charla imprevista. Bueno, en este caso me impresionó todo lo que me llegó en los primeros días.
No voy a dar detalles porque no corresponde y porque quiero ser prudente a la espera de las concreciones. Pero suspiré aliviado. Suspiré aliviado cuando confirmé que aquel testimonio de Gabriela realizado por ella a corazón abierto no había caído en saco roto.
Que su elocuencia había sacudido efectivamente a quienes la escuchaban y que a varias personas, empresas, organizaciones las había llevado a pasar a la acción con apoyos significativos para el movimiento Minga, esa obra que encabeza el padre Mateo junto a su equipo. Confío, además, de que aparte de esos ejemplos concretos de los que yo fui informado haya habido otros más silenciosos. Por ejemplo, los de oyentes que individualmente hayan decidido hacer donaciones por una vez o en abonos mensuales a la Fundación Esperanza Joven, que es la que financia al movimiento Minga.
Yo creo que es fundamental que aparezcan esas contribuciones tanto en dinero como en aporte de materiales o equipos y en trabajo voluntario. ¿Por qué? Porque el desafío de la pobreza infantil y juvenil es una de las asignaturas pendientes más serias que tiene nuestro país.
Y en el esfuerzo imprescindible para rescatar menores de la miseria o del crimen organizado, no podemos limitarnos a reclamar que el Estado haga lo que debe hacer.
Mientras eso se discute, el tiempo pasa y hay personas de carne y hueso que se caen al precipicio o zafan de él.
Todos o muchos de nosotros podemos poner nuestra cuota de trabajo o de dinero, por menor que sea, para achicar en algo hoy mismo esa herida. Y yo creo que debemos hacerlo por esos niños y jóvenes que están en riesgo, sí, pero también debemos hacerlo por aquellas personas y organizaciones que, como el movimiento Minga, se sensibilizan por su entorno, entienden que no se puede seguir esperando, se tiran al agua y hacen algo, aunque solamente cuenten con recursos mínimos, pero confiados en sus valores, confiados en su determinación.
Piensen en esto, piensen en esto. También es importante para ellos que llevan adelante esa tarea heroica, pese a las limitaciones, es importante que comprueben que no están solos, que hay una parte de la sociedad que valora su obra, que valora lo que hacen y que está dispuesta a ponerle el hombro. En nuestra página web están las vías de comunicación de Minga y de la Fundación Esperanza Joven, para que ustedes puedan ofrecer la contribución que estén en condiciones de efectuar, la que sea.
Pero ojo, para terminar, no quiero acotar mi apelación a esta institución en particular. Hay, afortunadamente, muchas otras a lo largo del territorio nacional, religiosas y laicas, que llevan adelante obras admirables para atender esas realidades sociales vergonzosas que arrastramos año a año en nuestro país. Mi modesta sugerencia es que cada uno de nosotros busque la organización que tenga más cerca o la que más le simpatice, pero que sume, sume su empujón.
Ojalá que de esta campaña electoral que estamos recorriendo surjan políticas sociales efectivas del Estado, no burocráticas, dotadas del presupuesto adecuado. Ojalá. Pero en esas líneas de trabajo no todo va a estar a cargo de agencias públicas.
También las asociaciones de la sociedad civil tienen un papel relevante a cumplir, porque varias ya lo hacen vía convenios, pero sobre todo, porque una parte de ellas, como Minga, ya han demostrado en la cancha y durante varios años, que sus métodos no son sólo buenas ideas. Son eficientes y producen resultados tangibles. Entonces, a ellas hay que sostenerlas hoy, a la espera de otras decisiones de fondo.
Y cada uno de nosotros puede hacer la diferencia en esa dirección.
Comunicate
Puedes comunicarte con la Fundación Esperanza Joven, que administra y desarrolla el movimiento Minga, completando y enviándonos el siguiente formulario.